Sepulcro de Inés de Castro. Envenenada a consecuencias de varias intrigas palaciegas, el rey Pedro I de Portugal, enamorado de ella, la entronizó después de muerta, y según reza la leyenda, sentó el cadáver en el trono y obligó a los asesinos a besar respetuosamente su mano. Pedro e Inés fueron inhumados en el mismo lugar, por mandato real, para que el día de la Resurrección de los Muertos, ambos pudieran encontrarse de inmediato otra vez.